Imagina
que tengo un puzle con 1.000 piezas y te doy 5, 6 o 7, al tiempo que te pido
que hagas ese puzle. “Eso es imposible”, dirás con seguridad, “me faltan casi
todas las piezas”. Algo parecido sucede con la evolución humana. En primer
lugar, porque apenas si se han descubierto y estudiado una pequeña parte de los
yacimientos que, potencialmente, existen sobre nuestro planeta. En segundo
lugar, porque los restos hallados son, en la mayoría de los casos, incompletos
y fragmentarios.
Y es
que si yo te pido que me hables o que te documentes en relación a algún
acontecimiento histórico reciente (por ejemplo, el atentado de las torres
gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, sucedido por tanto antes de
que todos los alumnos de esta clase hubieran nacido), tú siempre podrás recurrir
a alguien de tu familia, a alguna enciclopedia o a Internet, y seguro que
tras un rato buscando habrás obtenido una gran cantidad de fotografías, vídeos,
periódicos de la época, testimonios en primera persona de gente que estuvo allí o que incluso sobrevivieron a esta tragedia, libros, incluso tesis
doctorales, etc. Sin embargo, ¿cómo podemos saber cosas de un esqueleto que acaba
de ser descubierto en un yacimiento arqueológico, y que posiblemente tendrá
varios millones de años? Por aquel entonces no había periodistas ni cámaras, ni
por supuesto existía Internet. Para averiguar cosas sobre esos restos será
necesario inferir conocimientos, a partir de lo que nos ofrecen los restos.
Para
que lo entiendas mejor, imagina la escena de un crimen: Tú eres camarero en un
hotel y cuando abres una habitación determinada te encuentras de sopetón con el
cadáver de un cliente. Toda la habitación está cubierta de sangre y hay sillas y papeles
tirados por el suelo. Lo más probable es que salgas de allí gritando y
que, al preguntarte después la policía, apenas si puedas contestar más que
vaguedades: que había un muerto, que todo estaba cubierto de sangre… y poco más. Sin
embargo, un detective de homicidios verá un montón de cosas nada más traspasar
el umbral de la habitación (cómo ha muerto esa persona, cuántas personas lo han
matado, cuál ha sido el móvil del asesinato, si el fallecido conocía a sus
asesinos, etc).
Algo parecido sucede con el científico que estudia los registros
fósiles que encuentra en un yacimiento arqueológico. Donde las personas
normales sólo vemos un esqueleto, ellos verán una multitud de matices que sus
conocimientos y experiencia irán traduciendo con paciencia en información valiosa. Por ejemplo,
gracias a la estructura y la morfología de los huesos podrán determinar, además
de la edad y el sexo, el tipo de homínido que tienen delante (existen notables
diferencias entre, por ejemplo, un Paranthropus robustus y un Homo
neanderthalensis). Del estudio de su capacidad craneana podrán deducir su
inteligencia y su potencial capacidad para desarrollar y utilizar un lenguaje.
Sus
mandíbulas les darán valiosa información acerca de cómo era su dieta (el mayor
o menor desarrollo de los molares o los incisivos les indicarán si comían
raíces y frutos silvestres, si ya cocinaban la carne o, por el contrario, la
comían cruda). La forma de su pelvis y de los huesos de sus manos y pies les
revelarán cómo era su locomoción (¿Era arborícola?, ¿Era bípedo?).
Encontrar
junto a ese esqueleto restos de determinados animales (cabras, perros, cerdos)
serán indicadores fiables de que ya domesticaban determinadas especies, al
tiempo que les mostrará el surtido de animales que conformaban su dieta. Los posibles
restos de fibras les dirán el tipo de ropa que usaban, cómo la confeccionaban, etc. La
presencia de semillas, utensilios y herramientas serán la prueba de que ya eran
rudimentarios agricultores, y/o qué ya tenían capacidad para construir objetos. La posición
del esqueleto, así como la presencia de objetos funerarios asociados, les indicarán
su relación con la muerte y la presencia o no de ciertos sentimientos
religiosos… Y así podríamos seguir durante un buen rato, pero creo que lo
dicho hasta ahora ya es suficiente para que nos hagamos una idea de lo difícil
y apasionante que es este mundo que nos disponemos a iniciar en clase: la evolución del
hombre. En concreto, su paso por la Prehistoria.